Resumen
Muy cerca de Estocolmo, en el yacimiento arqueológico vikingo de Birka, en la isla de Björkö, se encontró en 1880 un esqueleto enterrado con una espada, dos lanzas y veinticinco flechas, además de con dos caballos y un tablero con un montón de fichas que se cree que debían servir para adiestrarse en las tácticas y estrategias de combate. Los arqueólogos de la época concluyeron, en buena lógica (de la época), que se trataba de un jefe guerrero vikingo. Blanco y en botella…
En 2014 un estudio antropológico del mismo esqueleto cuestionó esta interpretación y nuevas excavaciones, junto a unos análisis genéticos antes imposibles (el ADN, que, como el algodón de un viejo anuncio, no engaña), consiguieron demostrar que aquél era un esqueleto femenino. ¡Caramba! El supuesto jefe vikingo, que incluso la imaginación menos febril pintaría con los colores de la fiereza, la valentía y la fuerza física, pasaba a ser, oh sorpresa, una guerrera de unos treinta años y alrededor de un metro setenta de altura. ¿Una “jefa” vikinga si apuramos la descripción? Con lo que ni el vino era blanco, ni embotellado…