Resumen
El juramento, entendido como sacramento del lenguaje y, por tanto, de poder y mandato, hace posible la inclusión del sujeto
en la lengua a costa de perder su propia vida. Ingresar a la lengua mediante el juramento es renunciar a su cuerpo vivo. Jurar,
es decir, tratar de articular una fidelidad entre las palabras y los actos, exige la suspensión de lo considerado como no lingüístico,
la mentira o la blasfemia, para extraer de ese procedimiento negativo una fuerza que permita su nominación, y de su nominación,
una autoridad. Nombrar, dice Agamben, “es la forma originaria del mando” (p. 97).