Resumen
En la adolescencia, advertía Marcel Proust, se desconoce la tranquilidad, al hallarnos rodeados, en todo momento, de dioses y monstruos. Sin embargo, es la única época en la que el hombre puede aprender algo. Con esa perspectiva, Friedrich Nietzsche sería el eterno adolescente; un espíritu pánico tan preso en el incesante giro del devenir como lo está el torcecuello en la rueda con la que Afrodita enloquece a los mortales. El joven Friedrich Wilhelm, como el joven van Gogh, deseaba seguir el camino de Dios, continuando así los pasos paternos. Pero los dioses, olímpicos y germanos, con sus cantos de sirena, le reclamaban para el arte: sus cuadernos escolares rebosaban de héroes nacionales, titanes filántropos, magas asesinas y brumosos sabios.