Resumen
Los conceptos, formas y relatos de la guerra han estado siempre tramados con los de la reflexión estética. A veces vinculados a imágenes y experiencias de lo bello, de lo sublime, lo terrorifico, lo difuso o incomprensible, lo traumático. Esto vale tanto para occidente como para oriente o Latinoamérica. La paz no ha sido más que el intermedio, la pausa en una serie o trama de acontecimientos de diversa intensidad histórica. Somos polémicos, contractuales, insertados en nuestras propias estructuras dramatológicas y narrativas. El imaginario del combate ritual, de la poética del arrojo, del vértigo y la pérdida de coordenadas corporales alterna continuamente con el miedo, la indecisión y el terror. De la gesta heroica de Homero o del Santo Grial hasta la telepresencia digital y on-line de los ataques con alta tecnología bélica, hay continuidades y rupturas fuertes en la configuración del imaginario. Una de ellas es la idea de la desaparición y la catástrofe global que al ser televisada y “visibilizada” deslocaliza el espacio particular vivido a favor de un tiempo global y abstracto. De una estética de la reproductibilidad se pasa a una estética del accidente único repetido incesantemente. Parece imposible separar la reflexión estética de la geopolítica.