Resumen
Creo que todos habremos experimentado, en más de una ocasión, la peculiar desazón de una persona esencialmente decente —no conozco a ningún ser humano que no lo sea, aun a pesar de sí mismo— cuando se expone a la vanidad de sus obras. Durante años, y en mi descargo diré que no siempre de manera deliberada por mi parte, se me ha fruncido el ceño cuando alguien ha leído en público el curriculum vitae que yo mismo había redactado y le he oído decir que Antonio Lastra es doctor en filosofía y profesor de enseñanza secundaria e investigador (¡externo!) de tal o cual universidad y que sus campos de trabajo preferentes son la ecología de la cultura, la traducción como lingua franca, la escritura constitucional, el problema teológico-político, la literatura inglesa y los estudios sobre cine o que su último libro es este o aquel... Nadie, ni siquiera con la mejor voluntad, puede cultivar todos esos “campos de trabajo” con una mínima competencia ni una destreza parecida...