Resumen
Cuando sugerí leer Walden, me oí a mí mismo preguntar: “Pero ¿por qué leer Walden?’’.
Entonces respondí: ‘‘Léelo porque es un clásico americano’’. Por supuesto, Walden es un clásico americano; pero ahora debo decirles lo que creo que hace que un libro sea un clásico americano y por qué Walden pasa la prueba.
El lema de nuestro país, E pluribus unum, lo dice de una manera casi demasiado sucinta. Un clásico americano descifra típicamente cómo los americanos se entienden a sí mismos como parte de los muchos que luego componen una unidad. Todas las personas se enfrentan al enigma de lo uno y lo múltiple, pero los americanos han hecho de este asunto una parte esencial y permanente de su autocomprensión política. Paul Dry.
Suelo encontrar dos tipos de lectores iniciáticos de Walden: los jóvenes que llegan a la obra por primera vez y quedan eclipsados por su amanecer y los que vuelven durante la madurez esperando con nostalgia recuperar aquellas primeras impresiones. Esta segunda lectura tiene algo de prueba, de precavida distancia, y es entonces cuando Thoreau cobra, o no, la dimensión debida. Sobre si Walden es un clásico americano, no cabe duda: ‘‘Léelo porque es un clásico americano’’. Por supuesto, como dice Paul Dry, Walden es un clásico americano y, por mi parte, nada podría objetar a su defensa. Pero a esta lectura le sobreviene otra que hasta la llegada de Stanley Cavell parecíamos evitar: ¿Es Walden ‘‘simplemente’’ un clásico americano o puede considerarse también una obra clásica de filosofía? ¿Podemos tomar a Thoreau como un filósofo? ¿Podríamos hablar, quizá, de un clásico de iniciación a la filosofía? ¿Qué diferencia hay entre la iniciación a la filosofía y la filosofía? Las preguntas se desbordan, pero me gustaría modestamente sugerir algo que acompañe a las reflexiones de Dry. Jorge Orts.