Resumen
Con frecuencia se da el momento de recordar que la Filosofía es una actividad, un tránsito hacia un destino al que confiamos poder llegar. También con frecuencia debemos recordar qué características tiene ese camino que elegimos transitar y, para ello, nunca es mala opción rastrearlas en uno de los momentos más definitorios de la literatura universal: con toda la solemnidad del hexámetro, una diosa sin rostro enuncia la necesidad de aceptar que hay un tipo de discurso que se identifica con el Ser, un discurso único que enuncia la verdad. La Filosofía asume un compromiso con esta identificación y se despliega a lo largo de los siglos en esa senda no apta para dicéfalos ni para temerarios indagadores de la nada. La Filosofía es el andar esa senda poniendo todas las precauciones para confundir inadvertidamente el avanzar con la errancia. No es una actividad sencilla la que deriva de aceptar ese imperativo, puesto que implica una carga que hemos de acarrear a lo largo del camino pero que nos debe ayudar a evitar salirnos de él: la Filosofía implica un compromiso voluntario, contingente para quien no lo comparte pero absolutamente necesario para quien filosofa, con un discurso que refleja y enuncia el Ser porque nos abre la vía a una praxis que permite la vida buena y justa.