Resumen
Hacía mucho tiempo que no oía hablar de Robert Musil. Casi tanto, probablemente, como el que hace que se publicó en francés el original de El hombre exacto, hace más de veinte años. La traducción de Laura Claravall mantiene la fidelidad al texto de Jean-Pierre Cometti más allá del oficio ante la imposibilidad de aducir una recepción crítica comparable a la francesa —de la que el propio Cometti es todo un paradigma— o a la italiana; de hecho, gracias a las traducciones de El
anillo de Clarisse de Claudio Magris o de Paraíso y naufragio de Massimo Cacciari, y ahora de El hombre exacto, ha podido conservarse esporádicamente el interés por un autor del que se ha traducido prácticamente toda su obra sin que se haya generado, con la lengua franca de la cultura, un mundo de lectores en español.