Resumen
El pasado 15 de noviembre fallecía Manuel Jiménez Redondo, un maestro. Estoy seguro de que nadie de los que tuvimos la fortuna de ser sus alumnos dudará en reconocerle esa condición. Lo fue en un sentido enfático; por su erudición, por su dominio de una de las actividades más nobles a las que puede dedicarse un ser humano y porque enseñó, dirigió y orientó a generaciones de estudiantes. Imbuido de una sencillez y humildad reservadas a quienes pueden permitirse estar por encima de las apariencias en un mundo como el nuestro, por ellas dominado, se desempeñó con pasión en ambas facetas: en el cultivo del saber y en la enseñanza.