Resumen
A mediados del pasado siglo, la consumación de la catástrofe impuso, según dijo Adorno, un nuevo imperativo categórico a los hombres: que Auschwitz no se repitiera; que no volviera a suceder algo parecido. Resulta evidente que tal imperativo no ha guiado, ni lo hace ahora, la praxis humana. Parece que la especie es incapaz de hacer de la barbarie consumada una experiencia y, así, aprender de ella. Pero si tal imperativo, surgido del colapso civilizatorio que representó el Holocausto, no caló en el alma de los hombres y los transformó, todo indica que en buena parte de Occidente, en las sanas y prósperas sociedades liberales y democráticas surgidas tras la gran guerra, otro imperativo se ha convertido en su condición misma de posibilidad. Nos dice: ¡consume! El consumo como medio y como fin, el consumo compulsivo y patológico, mueve la máquina de la economía y destruye la casa común que habitamos todos; también los excluidos.

