Resumen
El semblante jánico de los comienzos filosóficos norteamericanos. En el siglo XIX, la relación conceptual entre Europa y Norteamérica tuvo, al menos en sus comienzos, un carácter ambivalente: se entendía la conexión con el viejo continente en materia de legado cultural, pero se veía el avance hacia el nuevo occidente como un anhelo de libertad y de autocreación conceptual. Europa, el antiguo camposanto solar, quedaba demasiado lejos para el nuevo mundo. Ese anhelo de desapego entre la perspectiva del perecimiento solar europeo y la nueva perspectiva del fenecimiento astral americano, brinda la conciencia que anhela nuevos nacimientos solares. El despertar de la filosofía norteamericana abre los ojos al mundo con un semblante jánico: a caballo entre la influencia europea y la aventura que suponía el inhóspito camino hacia el orto. Ese camino, a través de una naturaleza soberbia y sublime, sería guiado por las luces del Océano Índico. En su búsqueda de autenticidad e independencia, los autores norteamericanos beberán de las fuentes orientales, como un nuevo manantial con el que alumbrar la existencia: “Vamos al este [Europa] a comprender la historia y a estudiar las obras del arte y de la literatura […]; al oeste [del continente americano, con la mirada puesta en Asia] nos dirigimos como hacia el futuro, con espíritu de iniciativa y aventura”.