Resumen
Como ha puesto de relieve Peter Ackroyd, la vida y la obra de Charlie Chaplin (1889-1977) se hayan solapadas, desde el primer momento, de una manera sintomática y extraordinariamente eficaz que no ha dejado lugar, sorprendentemente, en mi opinión, a la contradicción. Lo que resulta, sin embargo, en la paradoja imposible de que el intérprete es el personaje que interpreta todo el tiempo. Lo que explica que Chaplin fuera un lector incansable de los libros del filósofo alemán Arthur Schopenhauer (Ackroyd afirma, en efecto, que Chaplin no distinguía entre representación y vida, p. 131) o que estuviera obsesionado por Oliver Twist de Charles Dickens que siguió releyendo hasta sus últimos días o que nunca pudiera asumir la lectura (recomendada) de Aristófanes. El peligro de que Chaplin no dejara nunca de actuar, como coindicen en señalar quienes lo conocían realmente, tanto dentro como especialmente fuera de la pantalla, desvirtúa y confirma al mismo tiempo el éxito sin precedentes de su carrera.