Resumen
Una vez planteado que el pulso de la dialogía constituye la existencia y la práctica de todo lenguaje como territorio común entre hablante y oyente, el autor apela al Quijote, convertido en una suerte de antigénero autorreflexivo y plurilógico, para someter a crítica los postulados de la modernidad, atrapada entre la fantasmagoría que cumple en Frankenstein la función de una amenaza trágica y la afirmación de soberanía encarnada en Robinson Crusoe en virtud de su nueva definición universalista e individualista de la subjetividad.