Resumen
Resulta sorprendente que Hans Kelsen no se diera cuenta de la ironía con la que Eric Voegelin tituló su libro: nadie mejor que su maestro en Viena para comprender que la Nueva Ciencia Política de la que hablaba era, en realidad, aquella que el fulgor positivista de dos siglos había decidido condenar a un ostracismo silencioso. Podemos presuponer, en cualquier caso, cierta inseguridad en el maestro. ¿Por qué, si no, aquel manuscrito quedó sin publicar? Tal vez la crítica no fuese lo suficientemente decisiva como lo cree su comentarista, Eckhart Arnold.