Resumen
Con unas breves palabras como epígrafe que sirvieran de ayuda para definir la disolución y el transcurso de lo que se ha entendido por democracia en la época moderna, seríamos capaces, sin duda, de alumbrar la noción restrictiva o fronteriza que, semejante a un estereotipo, a menudo ha recibido la libertad de expresión, y la posibilidad de su consiguiente ampliación, y por la que, tal vez inconscientemente y en apariencia, lucharon los mayores defensores y dirigentes de la democracia como, con cierta extrañeza para nosotros, Pisístrato, el tirano más aterrador que tuvo Grecia, o Pericles, que, según las lecturas de Canfora de Tucídides, dispuso el organismo de la democracia al margen de la igualdad de derechos, o el princeps y dictador Augusto, y pensadores o revolucionarios como Espartaco, esclavo y caudillo que se enfrentó y humilló a Roma, Robespierre, Marx y su dictadura del proletariado que después revivirían los bolcheviques en la revolución rusa de 1917, o Garibaldi; y gracias a la cual las diferencias de raza, de país o de costumbres habrían de acabar formando parte de un plano secundario en el que “la base ideológica — en palabras de Canfora— siempre es la misma, y lo que cambia es el contenido geográfico de la palabra Europa” (el subtítulo del libro reza la ‘historia de una ideología’, una historia, en mi opinión, tan formal o aparente o incluso tan observada desde fuera, o quizás valdría con decir que algo desgastada por el curso del tiempo, por el curso de su propia historia o la insistencia en circunscribir la historia de las ideas a una única idea de la historia, como la tarea de mediación del estudio filológico con el que, en cambio, Canfora pretende acercarnos a la adhesión y el consenso parlamentarios de toda idea o representación plítica o cultural).