Resumen
El mayor choque cultural de mi vida lo recibí en un país tan poco exótico para nosotros como Cuba. Entendí por qué se dice que los cubanos son los mejores mecánicos del mundo: jamás cambian una pieza. Dado que no disponen de repuestos —precariedad y bloqueo obligan— han de ingeniárselas para mantener durante décadas vehículos y otros artefactos, lo que ha determinado ese peculiar carácter de museo automovilístico viviente que tienen las calles de La Habana. Lo que tiene de milagrosa esa resistencia a la desaparición, lo que puede haber de amoroso — casi erótico— en la relación del cubano con su viejo coche, está a una distancia intolerable de nuestra condición de homo consumens, cuyo designio es interesarse por objetos presuntamente seductores que no tardará en desear sustituir, en una lógica del uso y desecho que jamás encuentra satisfacción.“Después de todo, autos, computdoras o teléfonos celulares perfectamente usables y que funcionan relativamente bien van a engrosar la pila de desechos con pocos o ningún escrúpulo en el momento en que sus versiones nuevas y mejoradas aparecen en el mercado y se convierten en comidilla de todo el mundo. ¿Acaso hay una razón para que las relaciones de pareja sean una excepción a la regla?”(p.29). Así, podemos aceptar que en el taller de barcos sustituyan las piezas que no funcionan, “pero en la balsa de una relación no hay piezas de repuesto” (p.32).