Resumen
La obra fílmica Ararat del director armenio Atom Egoyan rememora la barbarie del genocidio armenio por los
turcos a principios del siglo XX y nos convierte en espectadores de una experiencia cinematográfica entendida como un arte de la imagen que podría representar tanto una medida de precaución ante la evocación del mal como el índice para una reinterpretación de lo sucedido, o como una nueva forma de escribir la historia, también del cine. Las palabras de Blanchot, Canetti o Adorno contribuyen a ello. La supervivencia de las personas, así como la supervivencia del cine, contribuye a su vez a recobrar la identidad de ambos, paradójicamente al dar cuenta de “una presencia de la ausencia”. La necesidad de establecer un vínculo entre cine y filosofía ejemplifica este propósito, como una historia (humana, desconocida) dentro de otra historia (literaria, filosófica) que hemos de conocer.