Resumen
Hacia el final de los años ochenta, Boris Kagarlitzky, disidente ruso formado en la New Left inglesa, conocedor de las prisiones breznevianas, se preguntaba en las páginas de Marxism Today —publicación mensual del partido comunista británico, en vías de desaparición— por las razones que sus camaradas ingleses tenían para hablar de derechos y de derechos humanos. Decía que eso debía achacarse, quizás, a la característica falta de humanidad que definía el escenario social británico en los años del thatcherismo.