Resumen
Sin duda alguna, para quien quiera abordar con una mirada reflexiva las catástrofes morales y políticas del siglo XX, el concepto arendtiano de “banalidad del mal” constituye una herramienta intelectual de primera magnitud. Ante las habituales representaciones que hacían del agente de la violencia totalitaria poco menos que un monstruo inhumano, en el juicio al criminal nazi Adolf Eichmann, Arendt se percató de que lo que en realidad había llevado a éste a participar en el genocidio judío era la pura y simple irreflexión: Eichmann no era más que un gris burócrata incapaz de valorar éticamente los efectos de sus actos. A la hora de dar cuenta de cómo un sujeto concreto puede convertirse en ejecutor del mal banal, la literatura nos puede prestar una ayuda inestimable: gracias a ella, los problemas morales se encarnan en personajes y situaciones que iluminan aspectos de la cuestión que escapan a los conceptos abstractos. Y viceversa: leer determinadas obras literarias bajo el prisma de alguna categoría filosófica nos puede ofrecer una clave de lectura enriquecedora. Es lo que sucede si leemos la novela El conformista, de Alberto Moravia, bajo el prisma del mal banal.