Resumen
No tuvo Feijoo (1676-1764) duendes o fantasmas que le asustaran en la noche, pero tampoco delfines o nereidas que en su infancia le llevaran a torres y palacios sumergidos, a ínsulas extrañas y costas imaginarias. No tuvo Feijoo delfines o nereidas, pero en cambio, debió nadar con ellos en las páginas de Plinio y las historias de Pedro Mexía. Niño curioso y aplicado, creció rodeado de libros y tertulias eruditas en las que bien podía hablarse de los modernos descubrimientos o de los saberes antiguos. Tal vez en alguna de aquellas charlas escuchase lo que cuenta Plinio el Viejo, en su Historia natural (IX, 25), sobre las amistades de un delfín con un muchacho. En su camino a la escuela, el muchacho lanzaba migas al agua y exclamaba a grandes voces ¡Simo!, ¡Simo! (¡Chato!, ¡Chato!). El animal acudía presto, lo subía a su lomo y lo llevaba entonces, a través del ancho mar, hasta la escuela de Putéolos.