Resumen
Aunque el estoicismo en todas sus vertientes y ramificaciones no ofrezca una teoría de la educación como tal, la que podríamos llamar una educación estoica es aquella que resulta de una voluntad sistemática preestablecida que aspira a rechazar cualquier tipo de mediación. Consecuentemente, no sin una fuerte dosis de individualismo, en la falta de mediación entre la voluntad y la representación del mundo, por usar los términos de Schopenhauer, una educación estoica no puede estar en condiciones de contemplar el desvío que implica el abatimiento como condición de posibilidad, sino que debe tratar de orientar el camino de nuestra existencia, organizando nuestra vida sabiamente, conforme al principio de rectitud, rectitud moral que equivale naturalmente a la claridad conceptual, es decir, a “la luz de los conceptos” en la medida en que somos conscientes, como enseña Filón que se enseñaba la escuela pitagórica, de que “la escuela no nos prescribe que cansemos nuestros pies”. Esto resulta decisivo desde el primer momento. El hecho sumamente importante de continuar aprendiendo toda una vida sin llegar al límite del cansancio, de permanecer siempre en la escuela con la frescura de los inicios, incluso de no rendirse a pesar de la completa falta de resultado, sería la primera lección de ocio que debemos aprender del estoicismo.