Resumen
La historia cristiana está atravesada por las tensiones entre Iglesia y sociedad secular. La Iglesia representada por el papado se ha caracterizado por asentarse históricamente en la separación operada por San Agustín entre la ciudad de Dios (civitas dei) y la ciudad terrenal (civitas terrena). El cristiano agustiniano encuentra su fin y verdadera naturaleza en la civitas deí, pues la única y auténtica acción cívica —virtud cristiana— es buscar la unidad con Dios. Y no puede ser de otro modo cuando la verdadera naturaleza del hombre sólo consiste en alcanzar el conocimiento de Dios y glorificarlo por siempre. El principio agustiniano viene a trascender así la definición aristotélica de la naturaleza humana como esencialmente política, negando de esta manera que la sociedad civil tenga algo que ofrecer a la salvación humana.