Resumen
Todo paisaje que nos traiga a una isla lo ha de hacer desde el mar y, sin embargo, Vicente Valero nos trae tierra adentro, como si el mar nunca hubiera existido, como si el mar no fuera aquel que nos ha traído. Es otoño, incluso es invierno, en los versos de Vicente Valero, en este bosque acogedor de palabras impregnadas de savia, de hojas secas, de liquen y de viento. Pero más allá de las lindes, el verano, el aplastante verano de la isla, nos empuja al refugio de la sombra donde se vive lejos de la algarabía de la playa y el mar. La poesía derramada en Días del bosque no nace de la contemplación, sino de hollar los caminos habituales por los que el artista pasea en busca de la hermandad con la naturaleza.