Resumen
En su vida de Sócrates, escrita, como el resto de las vidas de los antiguos filósofos, con una engañosa y deliciosa ligereza —los editores de Saint-Sulpice incluyeron el Abrégé des vies des Anciens Philosophes entre las “Ouvrages de Littérature”—, Fénelon atribuye a los Treinta Tiranos la muerte del filósofo: “... cette injustice criante ne se fit-elle que dans un temps de désordre, et sous le gouvernement séditieux des trente tyrans”. La aparente imprecisión, que lleva a omitir que fue, por el contrario, en la democracia restaurada en Atenas en la que Sócrates fue acusado, condenado y ejecutado casi cinco años después de la deposición de los tiranos, no es comprensible en un escritor, y lector, tan escrupuloso como Fénelon, que reconocía en Sócrates —con una de sus palabras más queridas— “un désintéressement parfaite”, y solo puede explicarse, en ausencia de una fuente clásica en la que apoyarse, por la apropiación, por parte del arzobispo de Cambray, de la figura del filósofo de Atenas, una apropiación o sustitución que no es difícil de rastrear en la historia de la Iglesia y que encontraría su máxima expresión, en el caso de Fénelon, en la famosa Lettre à Louis XIV y, en general, en la extraña manera de obedecer que tuvo el doux anarchiste y que, al igual que se ha dicho de la de Sócrates, era en realidad una manera de resistir. Como señaló acertadamente Henri Bremond en su Apologie pour Fénelon, “aquí está en juego todo”. (“Apologie” no suena del mismo modo como suena el académico e ilustrado Éloge de Fénelon de d’Alembert.) En el momento crucial —¿y qué momento no lo era para quien había hecho de la theologia crucis, y de la sensación de haber sido abandonado en la cruz, la experiencia por antonomasia de la vida?—, la tiranía no admite matices ni número y se convierte, cualquiera que sea su nombre, en el enemigo.