Resumen
¿Cómo será la vida en el cielo? O, casi más importante, ¿podemos saber algo ya sobre cómo viviremos? Igualmente, preguntamos: ¿Por qué a nadie le importa, ni siquiera a los teólogos, biblistas y a los que dicen “vivir por la fe” (Habacuc 2, 4)? ¿Por qué les importa solo esta vida, en el fondo? ¿Se excusarán en la idea de que en realidad es en esta vida donde se recibe la Salvación y en que no hay manera de experimentar más que de una forma previa y bajo una esperanza concreta, este más allá con Dios? Si Jesús nos ha dicho que el más allá con Dios será, si tenemos fe con todo lo que esto implica, sobre todo obediencia a los mandamientos de Dios, que es la prueba de la fidelidad y, más aún, la obediencia en medio de la prueba (Job 1-2)- en Él, un “gran banquete”, ¿por qué afanarnos con las cosas de este mundo -de esta vida- y, al mismo tiempo -y contrariamente, de ahí la paradoja-, por qué deberíamos preocuparnos por el más allá de la muerte, si sabemos que será algo infinitamente gozoso, feliz y eufórico? Si es una experiencia absolutamente positiva y eterna, llena de bienaventuranzas y bendiciones, ¿por qué deberíamos preocuparnos por ese más allá y, al mismo tiempo -y contrariamente, como hemos dicho-, o por qué la teología tendría que seguir preocupándose de este mundo? Es por la “queja y la amenaza” -según la autora de El otro Dios- en este mundo en forma de aflicciones, enfermedades y sufrimientos insoportables ya aquí ahora, pero también por la queja y amenaza de la condenación eterna en el otro mundo.